Suelen
decir que hay que tener cuidado con lo que deseas, pues puede
volverse en tu contra o no resultar como esperabas...
Después
de cenar, Marisa se fue directa a su cama. En vísperas de su
cumpleaños solo pensaba en sus deseos, ya que en su pueblo tenían
una costumbre milenaria de conceder un deseo el día del decimoctavo
cumpleaños de cualquier persona que hubiese nacido y permaneciera
viviendo allí, después de este, tenían el resto de su vida para
decidir qué otros dos deseos querían pedir. Una vez pensado,
acudirían al ayuntamiento del pueblo, donde les harían realidad
cualquier anhelo, siempre que fuese posible.
Solo
se le ocurrían cosas absurdas: un coche, dinero, un enorme armario
repleto de ropa... de pronto comenzó a pensar en su futuro y creyó
tenerlo claro.
Toda
su familia y sus mejores amigos estaban en su casa en un día tan
importante, dieciocho años solo se cumplen una vez y no siempre
tienes la oportunidad de conseguir lo que más deseas.
-
¡Ya ha llegado el alcalde, baja rápido, tienes que pedir tu primer
deseo!
Las
palabras de su madre no hacían más que aumentar sus nervios, no
estaba preparada.
-
Y bien, ¿cuál es tu deseo? - Se interesó, o al menos fingió
hacerlo, el alcalde.
-
Deseo... - su cara expresaba las dudas que su cuerpo sentía - deseo
dedicarme a lo que me gusta sin ninguna dificultad.
Después
de consultarlo en el ayuntamiento y, tras varios días de papeleo,
Marisa consiguió su primer deseo. Sin haber tenido que recurrir a
una carrera universitaria, ya era profesora de lengua en un instituto
cercano a su casa.
El
primer día pudo comprobar que en realidad no era tan tímida como
pensaba. Se había presentado a los profesores y a sus alumnos,
algunos incluso eran mayores que ella, pero todos estaban encantados
de tenerla tanto de compañera, como de profesora.
Los
años pasaban, ya tenía más práctica explicando y se iba notando
que, cada vez, los alumnos la querían más y la entendían mejor.
Un
día dio su opinión sobre un tema que los chicos de su clase estaban
comentando. Nadie pareció estar de acuerdo con sus palabras, más
bien al contrario y, en cuanto tuvieron oportunidad, lo comentaron en
sus casas. Todas las familias se mostraban ofendidas ante el
inoportuno comentario de la profesora y muchos de ellos acudieron
enfadados a quejarse al director del centro.
Marisa
pasó un largo rato en el despacho del director. Este le
expresaba la indignación de los padres, pues opinaban que ningún
profesor podía dar ese ejemplo a unos jóvenes que aún no sabían
actuar sin consultar a sus padres anteriormente.
-
He estado pensándolo mucho, creo que lo que dijiste no fue con la
intención de que se formase el escándalo que se ha formado, pero ha
pasado así y me he visto obligado a tomar medidas, así que creo que
lo mejor será que te vayas, no son pocos los que han venido
quejándose y amenazando con trasladar a su hijo a otro instituto
debido a lo que inculcan los profesores de este.
-
Entiendo, don Miguel, evidentemente no pretendía ofender a nadie,
pero no controlé mis palabras. Coincido en que será mejor que me
vaya, puesto que tampoco quiero manchar la imagen de este centro y de
su profesorado; siento las quejas y haber causado esto.
Marisa
llegó a casa destrozada, había fastidiado su primer deseo y no
podía hacer nada para arreglarlo, o tal vez sí.
Varios
días después, seguía enfadada porque no lograba entender por qué
la gente no podía expresarse sin que los demás se sintieran
ofendidos; así que, después de mucho meditarlo, se convenció a sí
misma y acudió al ayuntamiento.
En
principio, no sabía si su deseo podría ser concedido, ya que era
difícil de cumplir, pero igualmente rellenó los papeles con sus
datos y escribió en el último de ellos ˝DESEO TENER TOTAL LIBERTAD
DE EXPRESIÓN˝.
Tuvo
que esperar varios días para recibir una respuesta, pero la obtuvo. Siempre la obtenían, ya fuese rechazando el deseo o comunicando que
sería concedido, y a ella se lo volvieron a conceder. Podía
expresarse como quisiera, ya que todos iban a estar de acuerdo y, si no lo estaban, no podrían protestar porque sus quejas
serían denegadas.
Cuando
ya se encontraba mejor y había salido del estado de depresión en el
que estaba, regresó a su anterior trabajo y, con varios argumentos,
defendió su opinión sobre por qué debían volver a contratarla. Ya que ahora tenía total libertad de expresión y nadie podía
argumentar en su contra volvió a su vida de profesora.
Sus
alumnos no le guardaban rencor, le seguían teniendo cariño y la
recibieron con mucho amor. Pronto se volvió a adaptar a la rutina y
a tener que lidiar con adolescentes todos los días.
Cierto
día, los de su tutoría le comentaron que estaban decepcionados con
el viaje de estudios que organizaban ese año. Todos coincidían en
que el precio era bastante elevado y eso suponía un gran
impedimento; además, no les iban a proporcionar papeletas ni
cualquier otro tipo de venta para recaudar dinero, así que muchos se
quedarían en el pueblo.
Como
tutora y sobre todo como antigua alumna, le molestó bastante la idea
de que no pudiesen disfrutar de un viaje por falta de dinero y, como
ya había conseguido dos de las cosas que mucha gente desea, quiso
gastar su último deseo en los demás y así lo hizo. Siguió los
pasos de la otra vez, pero ahora en el último folio podía leerse
˝DESEO PODER AYUDAR A QUIEN ME NECESITE˝.
La
mujer estaba ansiosa por saber qué responderían los del
ayuntamiento y una semana después llegó su respuesta:
˝Estimada
señora Marisa, lamentamos no poder cumplir su último deseo, pero
nos gustaría informarle que podemos concedérselo con una condición:
únicamente podrá ayudar a quien la necesite si lo que les hace
falta es dinero, pero tampoco tendrá dinero infinito; dispondrá de
un millón de euros anuales solo para ayudar a otros.
Si
está de acuerdo con nuestra propuesta, acuda al lugar de los deseos
y en dos días podrá ayudar a quien quiera.˝
Marisa
pensó que había gato encerrado. Normalmente la carta avisaba de si
eran rechazadas o aceptadas las peticiones, nunca modificadas, pero
siguió las indicaciones y no le quedaron más deseos.
Pronto
se convirtió en la profesora preferida de todo el alumnado, gracias
a ella gozaron de un viaje de estudios inolvidable.
Siempre
que podía y que consideraba que valía la pena, Marisa ayudaba
económicamente a quien le hiciera falta, pero poco a poco le iba
haciendo más falta a ella, y eso no podía solucionarlo, ya que el
dinero que le proporcionaban era solo para ayudar a los demás, no
para ayudarse a ella misma. Sentía que cuanto más le daba a los
demás, menos recibía ella y más cosas le faltaban y pronto
descubrió por qué habían decidido condicionar su deseo. Realmente
ayudaba a la gente, pero cada vez que extraía dinero del banco, le
embargaban algunas de sus pertenencias por el valor que había
solicitado.
Comenzó
a quedarse sin nada, cada vez su casa era más espaciosa y, debido a
la irregularidad con la que recibía su sueldo, tampoco podía hacer
nada para evitarlo. En cuestión de días volvió a caer en una
profunda depresión que hizo que dejara de ir al trabajo y,
aprovechando la situación, volvieron a despedirla.
Nadie
de su familia podía ayudarla, ni con un techo, ni con alimento, pues
apenas podían subsistir ellos. Todas las personas a las que había
ayudado hacían ahora como si jamás en su vida la hubiesen visto, ya
que no querían estar con personas en su situación. Iba
sobreviviendo con lo que conseguía de la calle, pero no fue
suficiente. Cuando ya lo había perdido todo, intentó trasladarse a
otro pueblo para comprobar si allí podría vivir mejor, pero a
medida que iba arrepintiéndose de los deseos que había pedido, se
dio cuenta que lo único que deseaba ahora era ser feliz y gastó su
último aliento en susurrarle al mundo que no hay mayor deseo que la
felicidad.
Iara
Ailén Ialea Piñero 4º D
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