LA
MUJER DEL SOLDADO
Le recibí llorando de alegría.
Regresaba tan sucio y tan hambriento
Que a cualquiera le habría dado asco.
Sucio de sangre propia y extranjera
el uniforme; hambrienta la mirada
de un cuerpo de mujer que le esperase.
Besé el barro y la sangre de su boca
y lamí sus heridas como un perro.
Le amaba. No podía darme asco.
No me importó siquiera que rompiese
Con un brusco deleite aquellas medias
de seda que agotaron mis ahorros.
No sería capaz de preguntarle
si tuvo miedo y si pensó en la huida.
Le tenía de nuevo. Había vuelto.
Y todo lo demás no era importante.
Amalia Bautista
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