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Ven, que te dé un verso: "Suspendida", Yolanda Castaño

 

SUSPENDIDA
 
En canto o animal da noite se aparea co planeta
podo aventurarme a ver o que podería ser.
 
Un país de paxaros estará do outro lado
se te embarcas en ser por fin esa emigrante.
Si –digo eu– e non regresarei máis nunca
ás costas douradas do meu precario país.
 
Contempla agora o peito que non ha reproducirse.
 
Nalgún lugar, nunha esfera,
talvez esteas andando, filla, coa nena que fun e que morreu.
Talvez Jizo e os nenos da auga
estean da man a camiñar contigo.
Só ti vagas por detrás do tempo e non logras encontrarme.
Va e perenne, esfera quieta;
miles de seres non nacidos buscan
entre as sombras os seos das súas nais.
Avanzan entre a néboa cos ollos acendidos,
bracean dende o escuro, preguntan en voz alta.
Pero ti non me encontras, filla miña.
 
Non podo imitar os meus eles para debuxarche as pestanas,
nin un punto e seguido para poñerche un lunar.
Os meus poemas non me tiran do xersei,
nin me erguerán ás tres da mañá presas do pánico.
 
E o meu pobre país e as súas costas douradas.
 
O teu rostro derrúbase como a cámara lenta,
levas derrubándote dende que teño dezasete.
Vouche desabotoando os músculos,
destrenzando os teus tecidos.
 
Filla, filla miña: non podo cargarte no meu colo.
 
Fica onde estás, queda tranquila.
Baixando polos chanzos das liñas deste poema,
apenas na voz ganduxada neste verso,
falareille aínda morta a unha ti non nacida.
Vouche desganchillando os trazos,
fibra a fibra desanoo,
e fago para ti unha esfera onde nada pode ferirnos.
 
Deixa de camiñar e durme, que alí nos encontraremos.
Nada teño e nada pido.
Un fulgor inasible e logo nada.
      

                                                                  Yolanda Castaño     
SUSPENDIDA
 
Tan pronto el animal de la noche se aparea con el planeta,
puedo aventurar cuanto hubiera podido ser.
 
Una nación de pájaros estará del otro lado
si te embarcas en ser por fin esa emigrante.
Sí —digo yo— y no regresaré ya nunca
a las costas doradas de mi precario país.
 
Contempla ahora el pecho que no irá a reproducirse.
 
En algún lugar, alguna esfera,
tal vez estés andando, hija, con la niña que fui y que se murió.
Tal vez Jizō y los niños del agua
vayan de la mano caminando contigo.
Solo tú vagas detrás del tiempo y no logras encontrarme.
Vana y perenne, esfera quieta;
miles de seres no nacidos buscan
entre las sombras los senos de sus madres.
Avanzan entre la niebla con los ojos encendidos,
bracean en lo oscuro, preguntan en voz alta.
Pero tú no me encuentras, hija mía.
 
No puedo imitar mis eles para hacerte las pestañas,
ni un punto y seguido para ponerte un lunar.
Mis poemas no me tiran del jersey,
ni me levantarán de madrugada presas del pánico.
 
Y mi pobre país y sus costas doradas.
 
Tu rostro se derrumba como a cámara lenta,
llevas derrumbándote desde que tengo diecisiete.
Te voy desabotonando los músculos,
destrenzando tus tejidos.
 
Hija, hija mía: no puedo cargarte en mi regazo.
 
Quédate donde estás, sigue tranquila.
Bajando la escalera de las líneas de este poema,
apenas en la voz hilvanada en este verso,
le hablaré incluso muerta a una tú no nacida.
Voy destejiendo tus rasgos,
fibra a fibra desanudo,
y hago para ti una esfera donde nada puede herirnos.
 
Deja de caminar y duerme, que allí nos encontraremos.
Nada tengo y nada pido.
Un fulgor inasible y luego nada.
                                                     
                                                                   Yolanda Castaño
                                                                                           




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