LA MUJER DEL SOLDADO Le recibí llorando de alegría. Regresaba tan sucio y tan hambriento Que a cualquiera le habría dado asco. Sucio de sangre propia y extranjera el uniforme; hambrienta la mirada de un cuerpo de mujer que le esperase. Besé el barro y la sangre de su boca y lamí sus heridas como un perro. Le amaba. No podía darme asco. No me importó siquiera que rompiese Con un brusco deleite aquellas medias de seda que agotaron mis ahorros. No sería capaz de preguntarle si tuvo miedo y si pensó en la huida. Le tenía de nuevo. Había vuelto. Y todo lo demás no era importante. Amalia Bautista
Blog de la Biblioteca del IES Aricel