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Textos finales (II): "Los tres deseos".



Suelen decir que hay que tener cuidado con lo que deseas, pues puede volverse en tu contra o no resultar como esperabas...

Después de cenar, Marisa se fue directa a su cama. En vísperas de su cumpleaños solo pensaba en sus deseos, ya que en su pueblo tenían una costumbre milenaria de conceder un deseo el día del decimoctavo cumpleaños de cualquier persona que hubiese nacido y permaneciera viviendo allí, después de este, tenían el resto de su vida para decidir qué otros dos deseos querían pedir. Una vez pensado, acudirían al ayuntamiento del pueblo, donde les harían realidad cualquier anhelo, siempre que fuese posible. 

Solo se le ocurrían cosas absurdas: un coche, dinero, un enorme armario repleto de ropa... de pronto comenzó a pensar en su futuro y creyó tenerlo claro.

Toda su familia y sus mejores amigos estaban en su casa en un día tan importante, dieciocho años solo se cumplen una vez y no siempre tienes la oportunidad de conseguir lo que más deseas.

- ¡Ya ha llegado el alcalde, baja rápido, tienes que pedir tu primer deseo!
Las palabras de su madre no hacían más que aumentar sus nervios, no estaba preparada.

- Y bien, ¿cuál es tu deseo? - Se interesó, o al menos fingió hacerlo, el alcalde.
- Deseo... - su cara expresaba las dudas que su cuerpo sentía - deseo dedicarme a lo que me gusta sin ninguna dificultad.

Después de consultarlo en el ayuntamiento y, tras varios días de papeleo, Marisa consiguió su primer deseo. Sin haber tenido que recurrir a una carrera universitaria, ya era profesora de lengua en un instituto cercano a su casa.

El primer día pudo comprobar que en realidad no era tan tímida como pensaba. Se había presentado a los profesores y a sus alumnos, algunos incluso eran mayores que ella, pero todos estaban encantados de tenerla tanto de compañera, como de profesora.

Los años pasaban, ya tenía más práctica explicando y se iba notando que, cada vez, los alumnos la querían más y la entendían mejor.

Un día dio su opinión sobre un tema que los chicos de su clase estaban comentando. Nadie pareció estar de acuerdo con sus palabras, más bien al contrario y, en cuanto tuvieron oportunidad, lo comentaron en sus casas. Todas las familias se mostraban ofendidas ante el inoportuno comentario de la profesora y muchos de ellos acudieron enfadados a quejarse al director del centro. 

Marisa pasó un largo rato en el despacho del director. Este  le expresaba la indignación de los padres, pues opinaban que ningún profesor podía dar ese ejemplo a unos jóvenes que aún no sabían actuar sin consultar a sus padres anteriormente.

- He estado pensándolo mucho, creo que lo que dijiste no fue con la intención de que se formase el escándalo que se ha formado, pero ha pasado así y me he visto obligado a tomar medidas, así que creo que lo mejor será que te vayas, no son pocos los que han venido quejándose y amenazando con trasladar a su hijo a otro instituto debido a lo que inculcan los profesores de este.

- Entiendo, don Miguel, evidentemente no pretendía ofender a nadie, pero no controlé mis palabras. Coincido en que será mejor que me vaya, puesto que tampoco quiero manchar la imagen de este centro y de su profesorado;  siento las quejas y haber causado esto.

Marisa llegó a casa destrozada, había fastidiado su primer deseo y no podía hacer nada para arreglarlo, o tal vez sí.

Varios días después, seguía enfadada porque no lograba entender por qué la gente no podía expresarse sin que los demás se sintieran ofendidos; así que, después de mucho meditarlo, se convenció a sí misma y acudió al ayuntamiento.

En principio, no sabía si su deseo podría ser concedido, ya que era difícil de cumplir, pero igualmente rellenó los papeles con sus datos y escribió en el último de ellos ˝DESEO TENER TOTAL LIBERTAD DE EXPRESIÓN˝. 

Tuvo que esperar varios días para recibir una respuesta, pero la obtuvo. Siempre la obtenían, ya fuese rechazando el deseo o comunicando que sería concedido, y a ella se lo volvieron a conceder. Podía expresarse como quisiera, ya que todos iban a estar de acuerdo y, si no lo estaban, no podrían protestar porque sus quejas serían denegadas.

Cuando ya se encontraba mejor y había salido del estado de depresión en el que estaba, regresó a su anterior trabajo y, con varios argumentos, defendió su opinión sobre por qué debían volver a contratarla. Ya que ahora tenía total libertad de expresión y nadie podía argumentar en su contra volvió a su vida de profesora.

Sus alumnos no le guardaban rencor, le seguían teniendo cariño y la recibieron con mucho amor. Pronto se volvió a adaptar a la rutina y a tener que lidiar con adolescentes todos los días.

Cierto día, los de su tutoría le comentaron que estaban decepcionados con el viaje de estudios que organizaban ese año. Todos coincidían en que el precio era bastante elevado y eso suponía un gran impedimento; además, no les iban a proporcionar papeletas ni cualquier otro tipo de venta para recaudar dinero, así que muchos se quedarían en el pueblo.

Como tutora y sobre todo como antigua alumna, le molestó bastante la idea de que no pudiesen disfrutar de un viaje por falta de dinero y, como ya había conseguido dos de las cosas que mucha gente desea, quiso gastar su último deseo en los demás y así lo hizo. Siguió los pasos de la otra vez, pero ahora en el último folio podía leerse ˝DESEO PODER AYUDAR A QUIEN ME NECESITE˝.

La mujer estaba ansiosa por saber qué responderían los del ayuntamiento y una semana después llegó su respuesta:

˝Estimada señora Marisa, lamentamos no poder cumplir su último deseo, pero nos gustaría informarle que podemos concedérselo con una condición: únicamente podrá ayudar a quien la necesite si lo que les hace falta es dinero, pero tampoco tendrá dinero infinito; dispondrá de un millón de euros anuales solo para ayudar a otros. 
Si está de acuerdo con nuestra propuesta, acuda al lugar de los deseos y en dos días podrá ayudar a quien quiera.˝

Marisa pensó que había gato encerrado. Normalmente la carta avisaba de si eran rechazadas o aceptadas las peticiones, nunca modificadas, pero siguió las indicaciones y no le quedaron más deseos.

Pronto se convirtió en la profesora preferida de todo el alumnado, gracias a ella gozaron de un viaje de estudios inolvidable.

Siempre que podía y que consideraba que valía la pena, Marisa ayudaba económicamente a quien le hiciera falta, pero poco a poco le iba haciendo más falta a ella, y eso no podía solucionarlo, ya que el dinero que le proporcionaban era solo para ayudar a los demás, no para ayudarse a ella misma. Sentía que cuanto más le daba a los demás, menos recibía ella y más cosas le faltaban y pronto descubrió por qué habían decidido condicionar su deseo. Realmente ayudaba a la gente, pero cada vez que extraía dinero del banco, le embargaban algunas de sus pertenencias por el valor que había solicitado.

Comenzó a quedarse sin nada, cada vez su casa era más espaciosa y, debido a la irregularidad con la que recibía su sueldo, tampoco podía hacer nada para evitarlo. En cuestión de días volvió a caer en una profunda depresión que hizo que dejara de ir al trabajo y, aprovechando la situación, volvieron a despedirla.

Nadie de su familia podía ayudarla, ni con un techo, ni con alimento, pues apenas podían subsistir ellos. Todas las personas a las que había ayudado hacían ahora como si jamás en su vida la hubiesen visto, ya que no querían estar con personas en su situación. Iba sobreviviendo con lo que conseguía de la calle, pero no fue suficiente. Cuando ya lo había perdido todo, intentó trasladarse a otro pueblo para comprobar si allí podría vivir mejor, pero a medida que iba arrepintiéndose de los deseos que había pedido, se dio cuenta que lo único que deseaba ahora era ser feliz y gastó su último aliento en susurrarle al mundo que no hay mayor deseo que la felicidad.

Iara Ailén Ialea Piñero 4º D

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