Hoy
es quince de noviembre de 2057, me llamo Abril y esta es mi carta de
despedida. Sí, no habéis leído mal, de despedida. Soy
nacionalmente famosa, y cada día más gente se ofrece para ser mi
amigo. ¿Quién no querría una vida así de perfecta? Pues bien, no
es tan perfecta como parece, y yo sé a conciencia, que ya no la
quiero.
Para
que podáis entender el por qué tengo que contaros varias historias
de un diario que he estado llevando desde los ocho años.
El
tren de las doce estaba cada vez más cerca, pero aún no me
alcanzaban los faros delanteros para que el conductor pudiera notar
que yo estaba allí.
Mis
manos tiraban de todas las formas posibles del cordón de mi Converse
negra favorita, que había quedado enganchada bajo las vías. No
conseguía sacarlo, y tampoco podía mover el pie dentro de la
zapatilla. De tanto tirar del cordón y del número de más que tenía
desde que las compré, sacar el pie de ella era prácticamente
imposible.
Esto
es ridículo, mi lugar favorito va a convertirse en el de mi muerte.
Totalmente ridículo.
Miro
hacia delante, donde está mi cartera y todo lo que había dentro
esparcido por el suelo, la acabo de lanzar al ver aparecer el tren.
Mis lápices, bocetos, qué inútil es todo eso ahora...
Sé
que no queda tiempo, soy consciente de ello cuando la luz del tren
empieza a deslumbrarme, el conductor no parece darse cuenta de que
estoy ahí, y el cordón aún sigue atascado.
El
tren está a quince metros de mí, doce...Los nervios me dominan y las
manos no me responden como deberían, ocho, en un último intento me
tumbo en las vías.
Estoy
muerta de miedo, y me doy cuenta de que puede que en unos segundos
esté muerta realmente. Cierro los ojos, veo pasar mi vida ante mis
ojos como si estuviera en una de esas famosas escenas de película,
veo las miles de cosas que me hubiera gustado hacer, a la gente con
la que no voy a poder estar más, veo a mi hermano, a mi padre y, por
último, a mi madre, dios mío, realmente no quiero acabar así, no,
no quiero morir.
Noto
el temblor que produce el tren al pasar por ahí, lo siento en los
huesos, el fuerte sonido de las ruedas es ensordecedor, noto cómo
todo me da vueltas, y aprieto aún más los ojos.
Desorientada,
me froto los ojos, es de día y no sé donde estoy, miro a mi
alrededor e intento salir de las vías de un salto, pero vuelvo a
caer en ellas. Veo que el cordón de mi zapatilla está enganchado y
recuerdo el motivo por el que estaba allí. Una ráfaga de miedo me
recorre de pies a cabeza y me vuelvo a poner nerviosa.
No
viene ningún tren, tengo que tranquilizarme. Respira, uno... dos...
tres. Lentamente me agacho y poco a poco paso el trozo de cordón que
puedo para poder abrir algo más la zapatilla. No es mucho, pero
consigo sacar el pie a duras penas. Más tranquila cojo el cordón
justo donde se ha quedado atascado, levanto un poco el tablón bajo
el que está y tiro. El cordón sale sin esfuerzo, ¿por qué no fue
así anoche?
Recojo
mis cosas y emprendo mi camino a casa, sé lo que me espera, un
castigo, mis padres no saben dónde he pasado la noche y tampoco han
tenido noticias mías. Es lógico, estarán preocupados y se
enfadaran, yo también lo estaría. Aún no sé cómo les voy a
explicar esto...
Tengo
una sensación extraña, recuerdo que estaba convencida de que iba a
morir, era casi imposible que sobreviviera a algo así y sin
embargo... aquí estoy. Pero hay algo dentro de mí que no deja de
decirme que no he salido viva porque sí, que no ha sido casualidad.
Intento recordar mis últimos movimientos y pensamientos: recuerdo
apretar los dientes, los párpados..., y recuerdo pensar con todas
mis fuerzas que no quería morir. ¿Es posible que se haya cumplido
mi deseo? No puede ser cierto, pero no sé por qué no lo veo tan
absurdo.
Sin
darme cuenta he llegado a la puerta de casa, oigo voces dentro. No
puedo retrasar esto más, respiro profundamente y llamo a la
puerta...
15
de agosto de 2017, dieciocho años
Hoy
hacen dos años del incidente que casi acaba conmigo y a día de hoy
aún sigo teniendo la sensación de que mi destino era morir en
aquellas vías de tren y que conseguí cambiarlo. Pero tengo que
reconocer que pese a haber pasado todo este tiempo, sigo sin tener
una explicación racional de lo que creo.
Durante
estos dos años, he hecho todo lo que he podido por saberlo, he hecho
paracaidismo, salto base, escalada sin cuerdas y hasta he buceado en
cavernas. Mis padres han de pensar que soy adicta a la adrenalina, o
que simplemente estoy loca. Lo más seguro es que sea lo segundo,
porque no me gusta ninguno de los riesgos a los que me he expuesto
este año. Y lo peor, es que sigo sin tener la respuesta. Porque
nunca sabía si volvía a ser mi suerte o realmente había conseguido
burlar a la muerte.
Apostaría
un brazo a que sí, lo siento, sentía que había cambiado algo en mí
desde esa noche, pero cómo probarlo...
Hoy
me dicen si he conseguido entrar a la Universidad de Bellas Artes de
aquí, y ojalá sea así. Lo que más deseo es poder dedicarme a
esto, pero me estoy adelantando a los acontecimientos, lo primero es
entrar.
Dentro
de dos horas publicarán la lista en la página web, en mi móvil
lleva abierta desde que pedí plaza, no he cerrado la pestaña desde
entonces, esperando por si subían algo de información.
Desde
pequeña he tenido claro lo que quiero hacer, no he tenido la crisis
del 'qué voy a estudiar' como la mayoría de los adolescentes, pero
si pienso en qué haría si no lograra poder estudiar esto, me
encuentro tan perdida como un barco sin timón.
Vuelvo
a acordarme de aquella noche, ¿y si volviera a ocurrir? ¿Y si
vuelvo a desearlo con todas mis fuerzas y ocurre? ¿Y si soy capaz de
hacerlo? Sólo necesito esto. Sólo una vez más.
Ya
sólo queda un cuarto de hora para la publicación, y empiezo a hacer
justo lo mismo que hice en la vez anterior. Vuelvo a estar nerviosa,
pero no es la misma clase de nervios que la primera vez, aquella fue
la última vez que temí de verdad a la muerte. Me tumbo en el sofá,
pero no intento tranquilizarme. Si lo hiciera ya no sería como la
primera vez y podía no cumplirse mi deseo.
Aprieto
los ojos, los dientes y durante todo el tiempo mantengo el
pensamiento en mi mente. No pido entrar a la universidad, pido algo a
mayor escala: lograr dedicarme a lo que me gusta el resto de mi vida.
Esta
vez no hay sonido ni temblor, pero vuelvo a desmayarme.
Despierto,
miro el reloj y son las nueve y media. Las listas llevan publicadas
cuatro horas y media. Me acerco al ordenador, me meto en la página y
busco mi nombre en la lista que aparece en la pantalla de inicio.
Pérez
Martínez, Pedro, no, no soy yo. Luna González,
Sara, Jiménez Domingo, Guillermo, empiezo a leer los
nombres más deprisa. Tras unos cuántos ahí está, GutiérrezMartín,
Abril. Sí, estoy dentro. Estoy dentro. Me cuesta creerlo
pese a todo lo anterior. Tengo que salir a celebrarlo.
23
de julio de 2045, treinta y seis años
Nada
de lo que tenía pensado para mi vida ha salido como esperaba, hago
lo que más me gusta hacer, y tengo a quién lo valore. Tengo a gente
que me apoya, pero tampoco sé si lo hacen por interés.
Soy
una de las pintoras más famosas de mi país, y siendo un oficio que
no haría que la gente te siga por la calle, en mi caso no es así.
Cuando
empecé a tener fama, pensé que esta seria efímera, y que a mí me
gustaría y que incluso buscaría tener más. Pero no, He dejado de
hacer exposiciones, he dejado hasta de pintar con la frecuencia que
lo hacía antes. Cada día me llegan ofertas nuevas de trabajo,
entrevistas,..., de todo. En mi perfil hay doscientos comentarios
diarios pidiéndome que si les puedo hacer un retrato especial,
aunque sólo sea a ellos.
Ya
no salgo con apenas gente, tengo algunos amigos de la infancia, pero
todo ha cambiado. No les gusta ir a tomar algo y salir en portada al
día siguiente. Es normal, a mí tampoco me gusta. Es un verdadero
infierno.
Ojalá
no hubiera pedido ese deseo, ojalá nunca hubiera tenido aquella
experiencia con el tren.
No
quiero seguir así.
Y
volvemos a la actualidad; esta es la última entrada del diario, no
he vuelto a escribir desde ese día, hasta hoy. Y aunque supongo que
imagináis más o menos los motivos que me llevan a decir que esta es
mi carta de despedida, pensaréis que no son razones de peso para
llevar a cabo lo que haría que esta cumpliera su objetivo.
Dejadme
que os cuente como empeoraron las cosas desde ahí. Mi vida fue en
picado. Si ahí tenía amigos, ya no me queda ninguno, no sé cómo
me las he apañado para alejarlos a todos. Bueno, sí que lo sé. Y
es que nadie querría estar con alguien que desconfía de si su
amistad es verdadera.
Me
he mudado a las afueras de la ciudad, y aún sigo viendo gente a las
puertas de mi casa y flashes que saltan en mitad de la noche. Que
dejara de pintar y de comunicarme a través de los medios no hizo que
mi fama bajara como una típica artista que pasa de moda y entra en
el olvido. La gente quería saber el por qué, le parecía
interesante y misterioso, y empezó a insistir cada vez más. Es
estúpido no poder salir a por un cartón de leche sin que se
convierta en una odisea.
En
resumidas cuentas, estoy sola, escondida y sin ganas para poder hacer
lo único que me llena. Puede que después de todo esto sigáis sin
considerarlo motivos suficientes, pero para mí lo son.
Cuando
esta carta esté terminada, se subirá a mi página web, que lleva
inactiva desde hace años y será la última entrada de esta.
Antes
de todo, no quiero que se interpreten mal mis palabras, agradezco a
la gente toda la acogida y apoyo que me ofreció, aunque yo
rechazara, desconfianzas e intereses a parte. Pero yo no soy persona
para la fama.
En
unos minutos haré lo mismo que hice en las dos veces anteriores,
tumbarme, cerrar los ojos, y pedir mi último deseo. Pero esta vez es
diferente, no estoy nerviosa, ni me voy triste. He cumplido la
mayoría de las cosas que quería hacer en esta vida y que muchos
envidiarían, aun que algunas se hayan vuelto contra mí. Y he
aprovechado lo que pasé junto a la gente que he querido antes de que
esta burbuja estallara.
Vuelvo
a dar las gracias por todo lo que he tenido a lo largo de los años,
y sólo tengo unas últimas palabras. Como dijo Oscar Wilde: 'Ten
cuidado con lo que deseas, se puede convertir en realidad.'
Marta Polo, 4º ESO D
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