LOS
ABUELOS
El abuelo era blanco; conocía
dos
cuevas y sabía seguir huellas de lobo.
La
abuela era menuda y tibia como un nido:
jugábamos
a pájaros con ella.
… Y,
alrededor, los dos llevaban como
un
contorno de campos y palomas:
cruzaban
el umbral y parecía
que
con ellos entraba el verano en la casa;
al
contarnos los cuentos, en sus voces
oíamos
molinos y cuervos alejándose
y
hasta en las mismas ropas nos traían
un
recuerdo fragante, un recuerdo lluvioso
del
heno y la retama...
… Y
el abuelo, qué manos de valiente,
qué
venas, retorcidas como parras;
las
ganas que me daban
de
cumplir en un día sesenta y cuatro años
para
tener dos manos como aquellas...
Luego,
la abuela, aquellas zapatillas
de
nube que llevaba,
aquel
ir y venir, como volando,
de
la escoba al misal, de sus gallinas
a
las sábanas frescas,
de
la labor de lana a los geranios,
del
pan a las mejillas de sus nietos...
que,
entonces, suavemente, quedábamos dormidos
creyendo
que la abuela no se acostaba nunca.
Miguel
D´Ors
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